miércoles, 7 de mayo de 2014

EL DESEO DE MANUELA

EL DESEO DE MANUELA




- Deseo… que Carlos se ponga bueno y que este año tengamos una buena cosecha.-Dijo Manuela arrojando una piedra al pozo que había al lado del molino. Como no tenía dinero, lanzaba piedrecitas o conchas que encontraba en la playa y a ella le parecían bonitas.

Manuela era una niña muy responsable que vivía en un humilde cortijo de los que rodean el pueblo de Adra. Ella vivía con su padre y su hermano pequeño Carlos. El padre de Manuela, Paco, vivía de un pequeño campo en el que cultivaba cereal. La única ayuda con la que contaba era la de su hija Manuela, pues su mujer había fallecido años atrás y su hijo Carlos estaba enfermo y no podía caminar sin ayuda.


Cuando llegaba la época de la cosecha, Paco cargaba un viejo borrico con el trigo que cada día recolectaba y era Manuela la encargada de llevarlo al molino. Juan que era el molinero, le compraba el trigo o se lo cambiaba por harina (según necesitaran). Sin embargo, a pesar del mucho dinero que poseía, Juan era un hombre avaro y siempre se aprovechaba de todo aquel que iba a su molino.

- Esto no puede seguir así, ¡Cada día nos da menos a cambio del trigo! Dijo el padre de Manuela al ver lo que traía la niña al regresar del molino. Ese hombre no comprende que con esto no tenemos para vivir… nos matará de hambre como no hagamos algo. Pues vamos a hablar con él –dijo el señor Bartolomé, que andaba por allí.

- ¡Eso! Yo también voy, que yo también tengo familia que alimentar y con la miseria que nos da no tenemos –se unió Antonio, otro vecino.

- ¡Y yo! Esto se tiene que arreglar – protestó otro hombre que los había escuchado.

Al final, se juntaron un grupo de labradores indignados y fueron dispuestos a pedirle cuentas a Juan el molinero.

Cuando llegaron a la puerta del molino, salió a recibirlos Juan y Felipe, el mayor de sus tres hijos.

- Nosotros no venimos a faltarle el respeto, señor Juan, pero mis vecinos y yo creemos que no es justo lo que nos da por la molienda del grano y queremos que nos de algo más porque con esto no podemos vivir, nos tiene en la miseria –terminó diciendo Paco, el padre de Manuela.

- Comprendo lo que estáis pidiendo, pero no voy a dar ni un solo puñado más de harina. Este es mi molino y yo digo como se hacen las cosas. Al que no le interese que se busque otro - replicó Juan sin hacerles mucho caso.-Vosotros no vais a decirme como tengo que ganar dinero. –Ya se iba a retirar cuando…

-¡Padre! Yo creo que tendría que hacer algo para ayudar a esta gente. –Intervino su hijo Felipe.

Juan se volvió y le estalló a Felipe un bofetón en toda la cara.

- ¡Haz el favor de hablarme con respeto y no meterte en lo que no te llaman! –Le gritó.

- ¡Yo soy tú padre y tú tienes que obedecerme!

- Pero… señor…- Dijo Bartolomé, antes de que el molinero se marchara por donde había venido. – Muchos de nosotros estamos pensando en subir con la cosecha a Berja, pues por lo que hemos oído, el molinero de allí es bastante justo.

-¡Haced lo que os plazca! Pero los que no tengáis bestias no podréis ir a ningún lado. –Dijo y, con una sonrisa de desprecio, se marchó seguido de su hijo Felipe.

Llegaron a sus casas y cuando Manuela vio a su padre le preguntó qué había sucedido, aunque ya se lo imaginaba al ver la cara de preocupación que este traía.

- ¡Padre! Decidme, ¿Qué ha pasado?, ¿Se ha arreglado algo?

- Manuela, hija… ¡Ese sinvergüenza no piensa hacer nada por nosotros!

- Oh vaya, pensaba que las cosas se iban a arreglar…

- Bueno, algunos vecinos han decidido que irán a Berja a moler su trigo.

- ¡Pero padre! ¿Nosotros que haremos?

Después de esto, ninguno dijo palabra y se pusieron a comer el puchero que Manuela había preparado para su hermano y su padre.

A la mañana siguiente, cuando venía del campo, Manuela encontró una piedrecita en el río con forma extraña y pensó que iría a lanzarla a su pozo de los deseos (el que estaba junto al molino) y de paso llenaría agua para su casa.

Cuando llegó, arrojó la piedra y esperó a escuchar el ruido de esta al caer contra el agua, antes de pedir el deseo de siempre.

-Deseo…que Carlos se ponga bueno y que este año tengamos una buena cosecha.


-¿Quién es Carlos? –Le sobresaltó una voz detrás de ella.

-¡Aaaah! ¡Vaya susto! ¿Quién demonios eres tú? –Le gritó Manuela.

-Me llamo Felipe. Soy el hijo del molinero. –Respondió él.

-Oh, perdóname. Yo soy Manuela y siento haberte hablado así, pero me habías asustado.

-No pasa nada. Es mi padre al que no le gusta que le hablen así, a mí no me importa. De todas formas, quiero que sepas que yo no pienso como él, yo creo que no es justo lo que hace con vosotros y todo esto cambiará cuando yo herede el molino, ¡Ya lo verás!

-Si, te creo. Pareces buena persona y confío en ti.

-¿Quieres que te ayude a llevar el agua y así luego podemos dar un paseo?

-¡Vale! –Dijo ella, y así lo hicieron.

Los dos llevaron el agua a su casa y sacaron a Carlos a dar un paseo, pero este no duro mucho rato, ya que, de repente aparecieron unos nubarrones gigantescos que llenaron el cielo de un color ennegrecido y los niños se fueron a sus casas a refugiarse de la tormenta que se avecinaba. Felipe tuvo que refugiarse en el molino porque su casa estaba más lejos y ya estaba diluviando.

Llovió toda la noche como si el cielo se hubiese roto y los rayos estallaban sin parar como espadas de fuego. ¡Aquello parecía el fin del mundo!

Esa noche nadie durmió en toda la zona.

A la mañana siguiente ya no llovía y todos salieron a ver los destrozos que había dejado la tormenta.

Las cosechas estaban arrasadas y los hombres intentaban salvar lo poco que había quedado. Todos estaban apenados al ver como habían quedado los campos.

-¿Os habéis enterado de lo del molino? –Llegó Bartolomé gritando. Creo que se lo ha llevado la riada.

Manuela al oír esto, fue corriendo hasta allí para ver que había pasado con Felipe.

Cuando llegó, pudo ver el destrozo que había causado la tormenta. Todo eran ladrillos rotos y escombros.

Buscó por todos lados a Felipe, pero no encontró a nadie y decidió irse a su casa.

Cuando llegó, su padre y su hermano Carlos ya se habían enterado de lo sucedido con el molino.

-¡Madre mía!, ¿Os imagináis que hubiésemos vivido cerca del río? Ahora mismo no tendríamos nada. Aunque la cosecha ha quedado destrozada, algo podremos salvar.

En ese momento tocaron a la puerta de la casa y abrió el padre.

Era Juan el molinero. Casi no podía hablar, se le notaba el dolor y la pena en la cara.

-Vengo a suplicaros vuestra ayuda. Se que no me he portado bien con vosotros, pero mi hijo Felipe ha desaparecido, no lo encontramos por ningún lado y creemos que se lo ha llevado la riada porque estaba refugiado en el molino. Juan apenas podía hablar, y entre sollozos y lágrimas seguía pidiendo ayuda.

-Señor, yo…lo siento muchísimo. Yo tengo dos hijos y si les pasara algo…-dijo el padre de Manuela con la voz entrecortada y bastante emocionada. 

Manuela intentaba aguantarse las lágrimas pero no podía, no podía creer lo que estaba sucediendo.

-Señor Juan… nos hemos enterado de lo sucedido y queremos que sepa que puede contar con nosotros para buscar a su hijo.-Dijeron todos los vecinos que allí se encontraban.

Dejaron de rescatar lo que quedaba de la cosecha y de inmediato se pusieron a buscar a Felipe.

Buscaremos por la costa, por los campos de cultivo y por todos los alrededores hasta que aparezca el niño.

Juan se deshacía en lágrimas cuando vio como habían reaccionado los vecinos.



Felipe abrió muy despacio los ojos. ¿Dónde estaba? Todo a su alrededor era barro, trozos de troncos y escombros. Se miró, estaba cubierto de barro, no tenía zapatos y su ropa estaba destrozada. ¿Qué había pasado? Intentó incorporarse, pero, sólo con mover el hombro notó un fuerte dolor y fue entonces cuando descubrió la herida.

-¿Cómo me he hecho esto? –Se dijo. -¡Auxilio! –Gritó, y empezó a recordar. Estaba refugiado en la parte alta del molino cuando una especie de gigantesca ola entró y arrasó todo lo que allí había y él salió nadando y agarrándose a todo lo que podía. Cerró los ojos muy fuerte y aguantó la respiración. De pronto, algo le dio fuerte en el hombro y empezó a flotar y a ir de un lado para otro. Sentía que se mareaba, que se quedaba sin sus zapatos y que poco a poco perdía el conocimiento.


Su último pensamiento fue Manuela.

Mas tarde oyó los ladridos de un perro.

-¡Hola estoy aquí! –gritó. Y al poco, un hombre le estaba ayudando a levantarse y lo llevaba camino de su casa junto a sus padres.

Cuando sus padres lo vieron de nuevo, lloraban y reían a la vez por la emoción y la alegría de tener otra vez a su hijo entre ellos.

Manuela también estaba muy contenta al ver que Felipe se había salvado.

Juan el molinero recapacitó sobre lo sucedido y se dio cuenta de que lo importante en la vida no es el dinero sino la familia y la amistad.

Habló con todos sus vecinos y les propuso reconstruir el molino y que éste estuviera al servicio de los labradores y no para enriquecerse.



Todos aceptaron el trato y en poco tiempo levantaron de nuevo el molino. Esta vez se construyó en el Pago del Lugar, mas resguardado del río, y es por eso que se le conoció con el nombre de EL MOLINO DEL LUGAR.

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