miércoles, 7 de mayo de 2014

PIEL TRANSLÚCIDA, PIEL SONROSADA

  
PIEL TRANSLÚCIDA, PIEL SONROSADA

 
Lucas había sido un fantasma desde siempre, nació fantasma, es decir, que nunca había estado vivo y no sabía lo que sería la convivencia entre seres vivos y fantasmas.
Según le habían enseñado en su pueblo, los seres vivos eran terribles, no podían flotar, contaminaban el mundo y tenían que estar respirando todo el tiempo,… ¡Algo agotador!
Lucas vivía en un pueblo que, tiempos atrás los vivos abandonaron. Tenía poquitas casas, y, cerca del pueblo había una playa con acantilados a la que a Lucas le gustaba ir.
El vivía con sus padres, también fantasmas, y su pequeño ratón-fantasma el Señor Bigotes.
Lucas tenía 128 años y eso para un fantasma era ser bastante joven e inexperto, por eso, llegada a la edad de 129,todo fantasma debía  marchar de casa un año para alcanzar su madurez,  recorriendo el mundo y descubriendo nuevos pueblos abandonados y superar miedos. De esta forma se convertirían en fantasmas hechos y derechos.
Este viaje lo tenía que emprender nuestro pequeño fantasma al día siguiente, ya que era su 129 cumpleaños. Todos parecían estar contentos, todos menos él. Hacerse a la idea de que estaría sólo le sentaba como un tiro en el pecho. ¿A dónde iría?, y una vez sólo, ¿Qué haría?
Se sentó en la arena de la playa y contempló como las olas llegaban y le iban mojando su cuerpo transparente hasta que se durmió. Los gritos de los demás fantasmas lo despertaron. Lo estaban buscando.
-Aquí estoy mamá, aquí estoy. –Dijo.
-¿Dónde estabas?, ¡No viniste a casa a dormir! Bueno… da igual, corre, todos los vecinos quieren despedirse de ti. –Dijo su madre histérica.
Lucas salió a la plaza donde muchos niños y adultos le deseaban suerte y le hacían regalos como una cantimplora, mochila, un jersey para el frío…
-¡Gracias, gracias, muchas gracias a todos! –Decía él.
Cuando llegaron las 6 de la tarde todos se callaron. Lucas tenía oficialmente 129 años. Cogió sus cosas un poco apenado, y, con mucha tristeza se despidió de sus padres, amigos y vecinos. Se alejó río arriba, que según se contaba, atravesaba otro pueblo lleno de fantasmas.
Cuando llevaba una hora caminando, ya no se distinguía el que había sido su hogar durante 129 años y eso hizo que se le escapara una lágrima. De repente, le entró sed y cogió  su cantimplora para llenarla en el río, pero cuando la cogió, para su sorpresa, de ella salió un pequeño ratón translúcido de nariz rosada.
-¡Señor Bigotes!, ¿Eres tú?, ¡Qué alegría! –Dijo, cogiéndolo con las dos manos- Pequeño roedor…Hablar con su mascota siempre le tranquilizaba.
Se puso el ratoncito en su hombro y siguió caminando mientras le contaba a su mascota lo asustado y sólo que se sentía en ese momento.
-¡Vamos papi! –Oyó entonces Lucas
-¡Qué lento eres!
-Voy Leonor, espérame por favor hija, -Le contestó otra voz.
En ese momento el corazón de Lucas se aceleró. ¿Serían vivos? ¡Esperaba que no! se agachó y pudo distinguir dos figuras a lo lejos. Un hombre y una niña. La niña peinada con  trenzas y con un vestido morado y el hombre con pantalones cortos y camisa a rayas.
-¿E-e-están vivos? –Se preguntó Lucas con mucho miedo. Cuando se acercaron un poco más, los pudo ver mejor. El hombre tenía la piel translúcida, lo cual podría pasar por un fantasma, pero la niña en cambio, lucía una piel sonrosada y unos ojos brillantes que para nada parecían de fantasma.
-Hola niño. ¿Qué haces aquí? Le preguntó la niña a Lucas cuando llegó donde se encontraba él.
-Eh, ¿Yo?, yo… ¡Nada! ¿Es-tas viva…? –Le preguntó Lucas temblando.

La niña no contestó, sino que se rió y dijo que se llamaba Leonor.
-¡Papi, mira, he hecho un amigo nuevo! –Gritó la niña al hombre que la acompañaba, señalando a Lucas con el dedo.
-¡Anda que bien! Y lleva un ratoncito, con lo que a ti te gustan… -Dijo el hombre.
-Yo soy Raúl, ¿Vienes con nosotros? Vamos hasta el pueblo que hay en el nacimiento de este río.
Lucas iba a decir que no e irse corriendo, pero Leonor cogió al Señor Bigotes y se lo subió al hombro jugueteando con él y Lucas no estaba dispuesto a perder a su mascota.
“Se valiente, se fuerte” se decía mientras seguía a la niña.
Se hizo de noche y Lucas seguía con aquellos desconocidos. Se sentía confuso porque no cabía duda de que la niña era humana, pero el padre lo desconcertaba. ¿Se habrán dado cuenta de que yo soy un fantasma?
Bueno, creo que tenemos que acampar. –Dijo Raúl. –Sacaré la tienda y los sacos de dormir.
-Yo no tengo saco, así que seguiré mi camino. –Dijo Lucas.
-No te preocupes, llevo tres sacos. –Le contestó Raúl.

-¡Genial! –Respondió Lucas sarcásticamente.
Cuando montaron la tienda, Leonor se acostó en su saco y en seguida se durmió. Lucas, en cambio, se quedó un rato despierto vigilando al Señor Bigotes.
-Señor Raúl… -Dijo. -¿Está despierto?
-Si, ¿Qué quieres, Lucas? –Dijo éste.
-Se que le resultará raro, pero…yo soy un fantasma. –Dijo Lucas.
-¡Ja ja ja! Para nada, yo también soy un fantasma. –Respondió Raúl.
-¿En serio? –Preguntó Lucas asombradísimo.
-En serio chico. ¿No te habías fijado? –Dijo Raúl.
-Si, pero creía que su hija Leonor estaba viva.
Es que Leonor está viva, -Respondió Raúl con un tono bastante más serio.
-¿De verdad? ¡Qué pena! Pero, ¿Cómo es que estás con ella? –Le volvió a preguntar Lucas, que no salía de su asombro.
-¡Es mi hijita y por eso estoy con ella!
-¿Su madre también es fantasma? –Preguntó Lucas intrigado.
-No, su madre está viva. Yo tuve un accidente y me convertí en fantasma. No quería separarme de ellas, así que decidí cuidarlas y quedarme a su lado. Encontramos un pueblo en el que hay muchas familias como la nuestra, conviven fantasmas y humanos sin ningún problema y todos vivimos felices junto a nuestras familias. Además, ¡Nosotros seguimos siendo los mismos! –Gritó Raúl poniéndose en pie.
-Papi… ¿Qué pasa?, ¿Por qué gritas? –Dijo entonces Leonor frotándose los ojos.
Raúl fue a dormirla de nuevo, mientras Lucas pensaba en lo que aquel fantasma le había estado contando.
-¿Sabes, Señor Bigotes? Creo que no tenemos que tener miedo de los vivos. –Le susurró al ratoncito. Este movió la nariz en señal de que tenía sueño y los dos se echaron a dormir.
A la mañana siguiente, Lucas se despertó el primero y esperó a que Raúl y Leonor lo hicieran. Había decidido seguir con ellos hasta llegar al pueblo donde iban.
-Buenos días Leonor, buenos días también a usted Raúl. –Les dijo Lucas cuando abrieron los ojos.
-Buenos días Lucas, ¿Quieres jugar conmigo? –Dijo Leonor.
 -Vale, vamos corriendo a ver quien se cansa antes. –Propuso Lucas.
 
Los tres siguieron su camino después de desayunar y jugar un rato. Lucas descubrió que tenía muchas cosas en común con Leonor, que ésta era un encanto de niña, listísima y con mucha energía. La niña era muy graciosa y divertida. Lucas pasó de tenerle miedo a tomarle cariño y sin darse cuenta, en el transcurso del camino, se convirtieron en grandes amigos.
-Bueno chicos, queda una hora para llegar al pueblo. –Les anunció Raúl.
-¿Y cómo es? –Preguntó Lucas elevándose en el aire.
-Es precioso, ya lo verás. Está rodeado de montañas, mucha vegetación, muchas flores y… ¡Estoy deseando de abrazar a mi mamá!
-Lucas sonrió a la niña y soltó al Señor Bigotes en el suelo para que correteara un rato y así poder jugar con el ratoncito y con Leonor.
Al cabo de un rato ya se distinguía el pueblo. Era grande y realmente hermoso. Las casas todas del mismo color, verde esperanza, estaban colocadas en círculo alrededor de un gran lago y éste se adentraba en una cueva en la que se veían gran cantidad de estalactitas de un brillante color azul eléctrico. El pueblo se veía rodeado de innumerables puntitos de colores que debían de ser flores.
-¡Hala! -Dijo Lucas. –Es lo más bonito que he visto nunca.
Leonor sonrió y se notó que estaba muy orgullosa de su pueblo.
            Subieron por un caminito hecho de arena. Cuando llegaron, Lucas se quedó boquiabierto y no sólo por la hermosura que estaba contemplando, sino porque estaba viendo a muchos fantasmas como él hablando y viviendo junto a humanos como Leonor; y esto le pareció fantástico.
-Es increíble que la convivencia entre humanos y fantasmas sea tan buena, ahora comprendo que no debo de tener miedo porque todos somos iguales. Lo único que nos diferencia es nuestro aspecto exterior y eso no importa. –Dijo Lucas todo emocionado.
Entraron en una pequeña casita y  abrió la puerta una mujer de edad mediana que se parecía mucho a Leonor. ¡Su madre! Les invitó a pasar y después de abrazarse y saludarse, presentaron a Lucas a todos sus amigos y pasaron el día todos juntos.
A la mañana siguiente, Lucas  explicó a Leonor y a su familia que debía irse, que no podía quedarse, pero les dio las gracias por todo lo que le habían enseñado. Lucas los había llegado a querer como a su propia familia.
-¿No te puedes quedar con nosotros? – Replicó Leonor.
-No puedo. –Le respondió Lucas con lágrimas en los ojos. Tengo que seguir mi camino y acabar mi año de aprendizaje.
-¿Cuándo termines te vendrás a vivir aquí, verdad que si? –Le preguntó Leonor con un nudo en la garganta que casi no le salían las palabras, por el temor de que Lucas dijese que no.
-Pues claro que si, estaré encantado de vivir aquí con todos vosotros y traeré a los fantasmas de mi pueblo conmigo para que ellos también puedan convivir sin miedos ni temores como todos vosotros lo hacéis. Pieles translúcidas y pieles sonrosadas.
Y así lo hizo. Y en aquel maravilloso pueblo todos fueron felices y todos comieron perdices.
 
 
                                                                      FIN    

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