Lucas había
sido un fantasma desde siempre, nació fantasma, es decir, que nunca había
estado vivo y no sabía lo que sería la convivencia entre seres vivos y
fantasmas.
Según le habían enseñado en su
pueblo, los seres vivos eran terribles, no podían flotar, contaminaban el mundo
y tenían que estar respirando todo el tiempo,… ¡Algo agotador!
Lucas vivía en
un pueblo que, tiempos atrás los vivos abandonaron. Tenía poquitas casas, y,
cerca del pueblo había una playa con acantilados a la que a Lucas le gustaba
ir.
El vivía con
sus padres, también fantasmas, y su pequeño ratón-fantasma el Señor Bigotes.
Lucas tenía
128 años y eso para un fantasma era ser bastante joven e inexperto, por eso,
llegada a la edad de 129,todo fantasma debía
marchar de casa un año para alcanzar su madurez, recorriendo el mundo y descubriendo nuevos
pueblos abandonados y superar miedos. De esta forma se convertirían en
fantasmas hechos y derechos.
Este viaje lo
tenía que emprender nuestro pequeño fantasma al día siguiente, ya que era su
129 cumpleaños. Todos parecían estar contentos, todos menos él. Hacerse a la
idea de que estaría sólo le sentaba como un tiro en el pecho. ¿A dónde iría?, y
una vez sólo, ¿Qué haría?
Se sentó en la
arena de la playa y contempló como las olas llegaban y le iban mojando su
cuerpo transparente hasta que se durmió. Los gritos de los demás fantasmas lo
despertaron. Lo estaban buscando.
-Aquí estoy
mamá, aquí estoy. –Dijo.
-¿Dónde
estabas?, ¡No viniste a casa a dormir! Bueno… da igual, corre, todos los
vecinos quieren despedirse de ti. –Dijo su madre histérica.
Lucas salió a
la plaza donde muchos niños y adultos le deseaban suerte y le hacían regalos
como una cantimplora, mochila, un jersey para el frío…
-¡Gracias,
gracias, muchas gracias a todos! –Decía él.
Cuando
llegaron las 6 de la tarde todos se callaron. Lucas tenía oficialmente 129
años. Cogió sus cosas un poco apenado, y, con mucha tristeza se despidió de sus
padres, amigos y vecinos. Se alejó río arriba, que según se contaba, atravesaba
otro pueblo lleno de fantasmas.
Cuando llevaba
una hora caminando, ya no se distinguía el que había sido su hogar durante 129
años y eso hizo que se le escapara una lágrima. De repente, le entró sed y
cogió su cantimplora para llenarla en el
río, pero cuando la cogió, para su sorpresa, de ella salió un pequeño ratón translúcido
de nariz rosada.
-¡Señor
Bigotes!, ¿Eres tú?, ¡Qué alegría! –Dijo, cogiéndolo con las dos manos- Pequeño
roedor…Hablar con su mascota siempre le tranquilizaba.
Se puso el
ratoncito en su hombro y siguió caminando mientras le contaba a su mascota lo
asustado y sólo que se sentía en ese momento.
-¡Vamos papi!
–Oyó entonces Lucas
-¡Qué lento
eres!
-Voy Leonor,
espérame por favor hija, -Le contestó otra voz.
En ese momento
el corazón de Lucas se aceleró. ¿Serían vivos? ¡Esperaba que no! se agachó y
pudo distinguir dos figuras a lo lejos. Un hombre y una niña. La niña peinada
con trenzas y con un vestido morado y el
hombre con pantalones cortos y camisa a rayas.
-¿E-e-están
vivos? –Se preguntó Lucas con mucho miedo. Cuando se acercaron un poco más, los
pudo ver mejor. El hombre tenía la piel translúcida, lo cual podría pasar por
un fantasma, pero la niña en cambio, lucía una piel sonrosada y unos ojos
brillantes que para nada parecían de fantasma.
-Hola niño.
¿Qué haces aquí? Le preguntó la niña a Lucas cuando llegó donde se encontraba
él.
-Eh, ¿Yo?, yo…
¡Nada! ¿Es-tas viva…? –Le preguntó Lucas temblando.
La niña no contestó, sino que se
rió y dijo que se llamaba Leonor.
-¡Papi, mira, he hecho un amigo nuevo! –Gritó la niña al hombre que la
acompañaba, señalando a Lucas con el dedo.
-¡Anda que
bien! Y lleva un ratoncito, con lo que a ti te gustan… -Dijo el hombre.
-Yo soy Raúl,
¿Vienes con nosotros? Vamos hasta el pueblo que hay en el nacimiento de este río.
Lucas iba a
decir que no e irse corriendo, pero Leonor cogió al Señor Bigotes y se lo subió
al hombro jugueteando con él y Lucas no estaba dispuesto a perder a su mascota.
“Se valiente,
se fuerte” se decía mientras seguía a la niña.
Se hizo de
noche y Lucas seguía con aquellos desconocidos. Se sentía confuso porque no
cabía duda de que la niña era humana, pero el padre lo desconcertaba. ¿Se
habrán dado cuenta de que yo soy un fantasma?
Bueno, creo
que tenemos que acampar. –Dijo Raúl. –Sacaré la tienda y los sacos de dormir.
-Yo no tengo
saco, así que seguiré mi camino. –Dijo Lucas.
-No te
preocupes, llevo tres sacos. –Le contestó Raúl.
-¡Genial!
–Respondió Lucas sarcásticamente.
Cuando
montaron la tienda, Leonor se acostó en su saco y en seguida se durmió. Lucas,
en cambio, se quedó un rato despierto vigilando al Señor Bigotes.
-Señor Raúl…
-Dijo. -¿Está despierto?
-Si, ¿Qué
quieres, Lucas? –Dijo éste.
-Se que le
resultará raro, pero…yo soy un fantasma. –Dijo Lucas.
-¡Ja ja ja!
Para nada, yo también soy un fantasma. –Respondió Raúl.
-¿En serio?
–Preguntó Lucas asombradísimo.
-En serio
chico. ¿No te habías fijado? –Dijo Raúl.
-Si, pero
creía que su hija Leonor estaba viva.
Es que Leonor
está viva, -Respondió Raúl con un tono bastante más serio.
-¿De verdad?
¡Qué pena! Pero, ¿Cómo es que estás con ella? –Le volvió a preguntar Lucas, que
no salía de su asombro.
-¡Es mi hijita
y por eso estoy con ella!
-¿Su madre
también es fantasma? –Preguntó Lucas intrigado.
-No, su madre
está viva. Yo tuve un accidente y me convertí en fantasma. No quería separarme
de ellas, así que decidí cuidarlas y quedarme a su lado. Encontramos un pueblo
en el que hay muchas familias como la nuestra, conviven fantasmas y humanos sin
ningún problema y todos vivimos felices junto a nuestras familias. Además, ¡Nosotros
seguimos siendo los mismos! –Gritó Raúl poniéndose en pie.
-Papi… ¿Qué
pasa?, ¿Por qué gritas? –Dijo entonces Leonor frotándose los ojos.
Raúl fue a dormirla de nuevo,
mientras Lucas pensaba en lo que aquel fantasma le había estado contando.
-¿Sabes, Señor
Bigotes? Creo que no tenemos que tener miedo de los vivos. –Le susurró al
ratoncito. Este movió la nariz en señal de que tenía sueño y los dos se echaron
a dormir.
A la mañana
siguiente, Lucas se despertó el primero y esperó a que Raúl y Leonor lo
hicieran. Había decidido seguir con ellos hasta llegar al pueblo donde iban.
-Buenos días
Leonor, buenos días también a usted Raúl. –Les dijo Lucas cuando abrieron los
ojos.
-Buenos días
Lucas, ¿Quieres jugar conmigo? –Dijo Leonor.
-Vale, vamos corriendo a ver quien se cansa
antes. –Propuso Lucas.
Los tres
siguieron su camino después de desayunar y jugar un rato. Lucas descubrió que
tenía muchas cosas en común con Leonor, que ésta era un encanto de niña,
listísima y con mucha energía. La niña era muy graciosa y divertida. Lucas pasó
de tenerle miedo a tomarle cariño y sin darse cuenta, en el transcurso del
camino, se convirtieron en grandes amigos.
-Bueno chicos,
queda una hora para llegar al pueblo. –Les anunció Raúl.
-¿Y cómo es? –Preguntó
Lucas elevándose en el aire.
-Es precioso,
ya lo verás. Está rodeado de montañas, mucha vegetación, muchas flores y…
¡Estoy deseando de abrazar a mi mamá!
-Lucas sonrió
a la niña y soltó al Señor Bigotes en el suelo para que correteara un rato y así
poder jugar con el ratoncito y con Leonor.
Al cabo de un
rato ya se distinguía el pueblo. Era grande y realmente hermoso. Las casas
todas del mismo color, verde esperanza, estaban colocadas en círculo alrededor
de un gran lago y éste se adentraba en una cueva en la que se veían gran
cantidad de estalactitas de un brillante color azul eléctrico. El pueblo se
veía rodeado de innumerables puntitos de colores que debían de ser flores.
-¡Hala! -Dijo
Lucas. –Es lo más bonito que he visto nunca.
Leonor sonrió y
se notó que estaba muy orgullosa de su pueblo.
Subieron por un caminito hecho de
arena. Cuando llegaron, Lucas se quedó boquiabierto y no sólo por la hermosura
que estaba contemplando, sino porque estaba viendo a muchos fantasmas como él
hablando y viviendo junto a humanos como Leonor; y esto le pareció fantástico.
-Es increíble
que la convivencia entre humanos y fantasmas sea tan buena, ahora comprendo que
no debo de tener miedo porque todos somos iguales. Lo único que nos diferencia
es nuestro aspecto exterior y eso no importa. –Dijo Lucas todo emocionado.
Entraron en una pequeña casita y abrió la puerta una mujer de edad mediana que
se parecía mucho a Leonor. ¡Su madre! Les invitó a pasar y después de abrazarse
y saludarse, presentaron a Lucas a todos sus amigos y pasaron el día todos
juntos.
A la mañana siguiente, Lucas explicó a Leonor y a su familia que debía
irse, que no podía quedarse, pero les dio las gracias por todo lo que le habían
enseñado. Lucas los había llegado a querer como a su propia familia.
-¿No te puedes
quedar con nosotros? – Replicó Leonor.
-No puedo. –Le
respondió Lucas con lágrimas en los ojos. Tengo que seguir mi camino y acabar
mi año de aprendizaje.
-¿Cuándo termines
te vendrás a vivir aquí, verdad que si? –Le preguntó Leonor con un nudo en la
garganta que casi no le salían las palabras, por el temor de que Lucas dijese
que no.
-Pues claro
que si, estaré encantado de vivir aquí con todos vosotros y traeré a los
fantasmas de mi pueblo conmigo para que ellos también puedan convivir sin
miedos ni temores como todos vosotros lo hacéis. Pieles translúcidas y pieles
sonrosadas.
Y así lo hizo. Y en aquel
maravilloso pueblo todos fueron felices y todos comieron perdices.
FIN
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