-¡Simón a levantarse!, ¡Despierta!-
Simón abrió los ojos y vio a su madre que tiraba de las mantas de su
cama:
- Buenos días Simón. Ponte el abrigo que vamos de compras, aprovecharemos
que hoy no tienes colegio-.
Simón salió de la cama abrigándose con el chaquetón, guantes, gorro y
bufanda y bajó a la cocina. Se bebió la leche y le pegó un mordisco a la
tostada. Luego salió con su madre a la calle dispuesto a comprar y a jugar con
la nieve, que era lo que más le gustaba.
Nevaba tanto que la nieve casi le llegaba por las rodillas. Aquí, en este
pequeño pueblo de 200 habitantes donde vivía Simón con su familia, los
inviernos eran muy fríos y nevaba mucho. Por eso, todos los que vivían allí
iban muy abrigados.
Su madre y él llegaron a la única tienda que había en el pueblo. Como
siempre, allí sentado en la puerta estaba ese señor al que nadie hacía caso, llevaba
el pelo largo, rubio y muy despeinado. Su ropa se veía desgastada, pero muy limpia.
Daba la sensación de que el abrigo que llevaba le quedaba algo pequeño, y, en
lugar de botas, que era lo que en este tiempo se utilizaba, sus pies calzaban
unas zapatillas de tela no muy adecuadas para el frío y la nieve de aquel lugar.
Pero, lo que más destacaba de este extraño hombre era la tristeza que reflejaba
su rostro. Él siempre iba solo, la única
compañía que llevaba era un perro pastor alemán de color café con el que se le
veía encariñado.
- Me quedo en la puerta mamá-, dijo Simón. – Prefiero jugar con la nieve
mientras tú haces la compra.
La madre de Simón sonrió, le acarició el pelo a su hijo y dejó que se
quedara fuera.
Simón se entretuvo haciendo un muñeco de nieve. Unas piedras le sirvieron
de ojos y un palo fue lo que utilizó para la nariz.
Cuando acabó, vio que su madre tardaba mucho y empezó a lanzar palos para
ver cuanto alejaba. Pero, cuando tiró la primera rama, el pastor alemán que
acompañaba a ese hombre tan extraño, salió tras ella y corriendo tras el perro,
ese hombre que gritaba palabras en un idioma extranjero.
Cuando el hombre alcanzó al perro, le dijo a Simón: - Chico, por favor,
no tires más ramas porque mi perra Kala irá a por ellas y no te dejará tranquilo-.
Simón empezó a charlar con el hombre y a juguetear con la perra y sin
darse cuenta, lo estaba bombardeando a preguntas: - ¿De dónde eres?, ¿Qué haces
aquí?, ¿Cómo te llamas?...-. El hombre le contó que era ruso, que tenía una
familia en su país a la que llevaba sin ver casi dos años, que en Rusia era
conductor de autobuses, pero se quedó sin trabajo y vino a España buscando
algo, pero no había tenido suerte y ahora estaba sólo: - Bueno, al menos tengo
a Kala-, y una leve sonrisa se asomó a sus labios.
- Lo siento muchísimo-. Simón se sacó del bolsillo unas monedas y se las
dio a Vladimir que así se llamaba el hombre. - Toma, a lo mejor con esto puedes
llamar a tú familia. El hombre las aceptó y le dio las gracias. Luego, se fue a
la cabina que había frente a la tienda y Simón pudo ver como Vladimir marcaba
un número muy largo, hablaba un idioma muy raro y de repente dos lágrimas
lavaron sus tristes ojos. Entonces,
salió la madre de Simón de la tienda, lo cogió de la mano y se marcharon intentando
no resbalarse con la nieve.
De camino a su casa, Simón le contó a su madre la historia de Vladimir y
le propuso a su madre que lo acogieran con ellos en su casa. -Simón, cariño,
eso no es tan fácil, no conocemos de nada a este hombre, no sabemos quien es y
lo que me pides no puede ser-.
Simón no protestó ni dijo nada más, pero no se le olvidaba la historia
que le había contado ese desconocido. Bueno, ni a Simón ni a su madre porque…esa
noche…
-Adiós Simón, adiós querido-. La
madre de Simón se despidió de su familia y se montó en un avión con rumbo a
Finlandia. Cuando llegó a ese país, no conocía el idioma y nadie le hacia caso.
-¡Disculpe, perdone! ¿Habla alguien
español?-. Nadie la entendía, nadie la escuchaba. La madre de Simón intentó
buscar trabajo, pero nadie le hacía caso. Estaba angustiada y desesperada.
Encontró un perrito al que puso por nombre Tobi y esa era su única compañía. Se
vio en la necesidad de pedir dinero, no tenía ropa limpia ni comida, y ni
siquiera podía llamar a su familia para saber como estaban.
-¡Aaaah!-. La madre de Simón despertó sudorosa, angustiada y gritando
hasta que se dio cuenta de que todo había sido una espantosa pesadilla.
Inmediatamente se acordó de Vladimir y comprendió la angustia por la que estaba
pasando él sólo. En ese momento decidió que tenía que hacer algo.
A la mañana siguiente fue a trabajar al ayuntamiento, porque ella era
concejala en el ayuntamiento de su pueblo, y le explicó al alcalde el problema
de Vladimir. Le propuso que como el conductor que llevaba a los niños al
colegio se jubilaba muy pronto, podían
contratar a Vladimir que había sido conductor de autobuses en su país.
Al alcalde, al principio, no le gustó mucho la idea, pero la madre de
Simón y los demás concejales estaban de acuerdo, ya que en el pueblo nadie
sabía conducir autobuses y los niños tenían que ir al colegio. Hicieron una
votación y decidieron darle el puesto de
conductor de autobús escolar a Vladimir.
Simón se enteró de la noticia mediante su madre, que fue lo primero que
le contó cuando éste llegó del colegio. Casi se le salen los ojos de sus
órbitas de la sorpresa, y, sin pensarlo dos veces, cogió el abrigo y salió
corriendo en dirección a la tienda donde solía encontrarse Vladimir.
-¡Vlady, Vlady! –Iba gritando- ¡No te lo vas a creer!
-¡Simón, cariño, ve despacio que te caerás! ¡Y espérame por favor! –
gritaba su madre-.
Cuando Simón llegó al lugar donde se encontraba Vladimir, casi no tenía
aliento y apenas se comprendía lo que intentaba decir. Vladimir intuía que era
algo bueno, pero hasta que no llegó la madre de Simón, éste no se pudo enterar
de la noticia. Vladimir gritó, bailó y
lloró, al mismo tiempo, de la alegría que esta noticia le causó y no paró de
darle las gracias a Simón, a su madre y al pueblo entero que le dieron la
oportunidad de vivir una vida más digna, feliz y con esperanza.
En este pueblo se produjo un ejemplo de solidaridad. Si todos pusiésemos
nuestro granito de arena, en el mundo habría menos problemas y todos ganaríamos
en felicidad.
FIN
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