lunes, 24 de marzo de 2014

AQUEL HOMBRE TAN EXTRAÑO



-¡Simón a levantarse!, ¡Despierta!-
Simón abrió los ojos y vio a su madre que tiraba de las mantas de su cama:
- Buenos días Simón. Ponte el abrigo que vamos de compras, aprovecharemos que hoy no tienes colegio-.
Simón salió de la cama abrigándose con el chaquetón, guantes, gorro y bufanda y bajó a la cocina. Se bebió la leche y le pegó un mordisco a la tostada. Luego salió con su madre a la calle dispuesto a comprar y a jugar con la nieve, que era lo que más le gustaba.
Nevaba tanto que la nieve casi le llegaba por las rodillas. Aquí, en este pequeño pueblo de 200 habitantes donde vivía Simón con su familia, los inviernos eran muy fríos y nevaba mucho. Por eso, todos los que vivían allí iban muy abrigados.
Su madre y él llegaron a la única tienda que había en el pueblo. Como siempre, allí sentado en la puerta estaba ese señor al que nadie hacía caso, llevaba el pelo largo, rubio y muy despeinado. Su ropa se veía desgastada, pero muy limpia. Daba la sensación de que el abrigo que llevaba le quedaba algo pequeño, y, en lugar de botas, que era lo que en este tiempo se utilizaba, sus pies calzaban unas zapatillas de tela no muy adecuadas para el frío y la nieve de aquel lugar. Pero, lo que más destacaba de este extraño hombre era la tristeza que reflejaba  su rostro. Él siempre iba solo, la única compañía que llevaba era un perro pastor alemán de color café con el que se le veía encariñado.
- Me quedo en la puerta mamá-, dijo Simón. – Prefiero jugar con la nieve mientras tú haces la compra.
La madre de Simón sonrió, le acarició el pelo a su hijo y dejó que se quedara fuera.
Simón se entretuvo haciendo un muñeco de nieve. Unas piedras le sirvieron de ojos y un palo fue lo que utilizó para la nariz.
Cuando acabó, vio que su madre tardaba mucho y empezó a lanzar palos para ver cuanto alejaba. Pero, cuando tiró la primera rama, el pastor alemán que acompañaba a ese hombre tan extraño, salió tras ella y corriendo tras el perro, ese hombre que gritaba palabras en un idioma extranjero.
Cuando el hombre alcanzó al perro, le dijo a Simón: - Chico, por favor, no tires más ramas porque mi perra Kala irá a por ellas y no te dejará tranquilo-.
Simón empezó a charlar con el hombre y a juguetear con la perra y sin darse cuenta, lo estaba bombardeando a preguntas: - ¿De dónde eres?, ¿Qué haces aquí?, ¿Cómo te llamas?...-. El hombre le contó que era ruso, que tenía una familia en su país a la que llevaba sin ver casi dos años, que en Rusia era conductor de autobuses, pero se quedó sin trabajo y vino a España buscando algo, pero no había tenido suerte y ahora estaba sólo: - Bueno, al menos tengo a Kala-, y una leve sonrisa se asomó a sus labios.
- Lo siento muchísimo-. Simón se sacó del bolsillo unas monedas y se las dio a Vladimir que así se llamaba el hombre. - Toma, a lo mejor con esto puedes llamar a tú familia. El hombre las aceptó y le dio las gracias. Luego, se fue a la cabina que había frente a la tienda y Simón pudo ver como Vladimir marcaba un número muy largo, hablaba un idioma muy raro y de repente dos lágrimas lavaron  sus tristes ojos. Entonces, salió la madre de Simón de la tienda, lo cogió de la mano y se marcharon intentando no resbalarse con la nieve.
De camino a su casa, Simón le contó a su madre la historia de Vladimir y le propuso a su madre que lo acogieran con ellos en su casa. -Simón, cariño, eso no es tan fácil, no conocemos de nada a este hombre, no sabemos quien es y lo que me pides no puede ser-.
Simón no protestó ni dijo nada más, pero no se le olvidaba la historia que le había contado ese desconocido. Bueno, ni a Simón ni a su madre porque…esa noche…
-Adiós Simón, adiós querido-. La madre de Simón se despidió de su familia y se montó en un avión con rumbo a Finlandia. Cuando llegó a ese país, no conocía el idioma y nadie le hacia caso.
-¡Disculpe, perdone! ¿Habla alguien español?-. Nadie la entendía, nadie la escuchaba. La madre de Simón intentó buscar trabajo, pero nadie le hacía caso. Estaba angustiada y desesperada. Encontró un perrito al que puso por nombre Tobi y esa era su única compañía. Se vio en la necesidad de pedir dinero, no tenía ropa limpia ni comida, y ni siquiera podía llamar a su familia para saber como estaban.
-¡Aaaah!-. La madre de Simón despertó sudorosa, angustiada y gritando hasta que se dio cuenta de que todo había sido una espantosa pesadilla. Inmediatamente se acordó de Vladimir y comprendió la angustia por la que estaba pasando él sólo. En ese momento decidió que tenía que hacer algo.
A la mañana siguiente fue a trabajar al ayuntamiento, porque ella era concejala en el ayuntamiento de su pueblo, y le explicó al alcalde el problema de Vladimir. Le propuso que como el conductor que llevaba a los niños al colegio se jubilaba muy pronto, podían  contratar a Vladimir que había sido conductor de autobuses en su país.
Al alcalde, al principio, no le gustó mucho la idea, pero la madre de Simón y los demás concejales estaban de acuerdo, ya que en el pueblo nadie sabía conducir autobuses y los niños tenían que ir al colegio. Hicieron una votación y  decidieron darle el puesto de conductor de autobús escolar a Vladimir.
Simón se enteró de la noticia mediante su madre, que fue lo primero que le contó cuando éste llegó del colegio. Casi se le salen los ojos de sus órbitas de la sorpresa, y, sin pensarlo dos veces, cogió el abrigo y salió corriendo en dirección a la tienda donde  solía encontrarse Vladimir.
-¡Vlady, Vlady! –Iba gritando- ¡No te lo vas a creer!
-¡Simón, cariño, ve despacio que te caerás! ¡Y espérame por favor! – gritaba su madre-.
Cuando Simón llegó al lugar donde se encontraba Vladimir, casi no tenía aliento y apenas se comprendía lo que intentaba decir. Vladimir intuía que era algo bueno, pero hasta que no llegó la madre de Simón, éste no se pudo enterar de la noticia. Vladimir  gritó, bailó y lloró, al mismo tiempo, de la alegría que esta noticia le causó y no paró de darle las gracias a Simón, a su madre y al pueblo entero que le dieron la oportunidad de vivir una vida más digna, feliz y con esperanza.

En este pueblo se produjo un ejemplo de solidaridad. Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, en el mundo habría menos problemas y todos ganaríamos en felicidad.





FIN









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