LA AMAPOLA QUE NUNCA SE
PONÍA
ROJA
Sólo recuerdo un pequeño
viaje por los aires, danzando con el viento como una bailarina, luego noté que
me posaba sobre un hoyito de arena, y me hundía.
Tras unos meses durmiendo en la cálida y húmeda tierra, por fin,
nací. Era un día soleado, y en el cielo no había nubes. Pero, al mirar abajo,
¡Oh, Dios mío!, vi un campo repleto de amapolas rojas como la sangre.
-Bienvenida, estamos
encantados de tenerte aquí.- Me saludó la flor más cercana.
Pasé el día hablando con mis
nuevas amigas, estaba deseando que me brotaran pétalos, poder vestirme de rojo
como ellas.
Al
día siguiente, me notaba distinta. Todas mis compañeras me miraban extrañadas,
me toqué la cabeza, ¡Ya habían nacido mis pétalos! pero… no eran rojos, eran de
un amarillo suave y frágil.
-Pero…
¿Por qué son amarillos?- Pregunté, pero nadie me respondió, pues ninguna
amapola quería hablarme, por ser diferente.
<> Pensé, triste, intentando consolarme, pero, por desgracia, no
fue así…
Pasaron dos semanas, y mis pétalos seguían sin coger un color
rojo.
Hasta que llegó el día en el que empezaron
a crecer cerca mías dos amapolas nuevas, que al principio no me hicieron caso,
por tener los pétalos distintos a los demás, pero, cuando brotaron sus pétalos
eran amarillos, como los míos… ¡como los míos!
Las amapolas rojas estaban atónitas.
Nos gastaban bromas pesadas a mí y a las
otras dos nuevas amapolas, y nos hacían rabiar, hasta el día en el que paró a
descansar una mariposa azul y negra, que se fijó en mí y en las otras dos
amapolas amarillas.
Nos explicó que las amapolas amarillas
venimos de la costa, que crecemos en las dunas de la playa, y que seguramente
el viento nos arrastró hasta aquí.
Desde entonces comprendí que yo era tan
amapola como las demás, que no importaba que fuese diferente, porque seguía
siendo tan hermosa.
Ahora vivo feliz con las otras dos
amapolas, y aunque las demás amapolas rojas siguen sin hablarme, yo estoy
ORGULLOSA de mi color.
FIN
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